martes, 18 de febrero de 2014

"Tengo un presentimiento..."

Campaña Elfos Silvanos

Leer escuchando la siguiente canción:



El sonido de la lluvia golpeaba incesante el techo del campamento de Mercadier, secundado por el eco de los truenos en la lejanía del bosque. Sentado en su escritorio, la luz de la vela proyectaba siniestras sombras en la lona a medida que la llama se retorcía agónica en su desesperado intento por no consumirse. La humedad hacía que el frío le calase hasta los huesos y por mucho que la manta de piel de león blanco no impidiera el temblor de sus miembros, su mente estaba en otro lugar. 

Hacía siete largos días que no tenían noticias de Astaldion, su señor, y pese a disimularlo ante sus hombres, la incertidumbre de la situación empezaba a hacerse eco en su corazón. No sólo había logrado su objetivo sino que la misma Aiunin acampaba junto a ellos para lograr un acuerdo y quizá una posible alianza después del innecesario baño de sangre. Demasiados buenos hombres habían muerto para enseñar la crudeza del salvaje bosque de Loren, cuya caótica naturaleza ni los mismos elfos silvanos lograban contener. 

Es por ello que nada más acabar la batalla había enviado el halcón de su señor para reportar lo sucedido y exhortarle a que se presentase al umbral de Loren para conocer y presentar sus respetos a la líder de los silvanos, pero no tenían aun noticias de él, y sospechaba que la impaciencia de Aiunin jugaba en contra de sus intereses.  Nunca antes un mensaje cifrado había estado tanto tiempo sin atender respuesta, y por ello después de dos días había enviado otros dos halcones con el mismo mensaje, sin ninguna réplica. No podía ser que ninguno hubiera llegado a Mousillon, donde las huestes de su señor habían presentado batalla junto al rey de Bretonnia al contingente de no muertos que custodiaba la  ciudad maldita. 

El grueso del ejército desplegado y la presencia del rey habían alentado a una cruzada que quería hacerse un nombre propio en las crónicas del reino y poner fin de una vez por todas a la amenaza que ensombrecía la pureza con que la Dama les había bendecido.

«¿Habrá pasado alguna desgracia?»

Se resistía a poder creerlo, pero estaba rendido. Las manos le temblaban, heladas, su respiración era entrecortada y los ojos le escocían por la penumbra de su pabellón. Después de dos días sin dormir el cansancio se iba apoderando de él forzándolo a cerrar los ojos, pero un rumor de voces inquietas en el campamento alertaron su presencia y lo hicieron abandonar la estancia. Afuera, en el campamento, dos centinelas señalaban una mancha oscura en el nebuloso cielo nocturno.

-Informe, soldado
-Señor, hemos atisbado una extraña forma surcando el cielo con un vuelo irregular pero no llegamos a ver qué es. Lleva así unos minutos, como si nos observase. Pero no alcanzamos a ver qué es. «¿Y ahora, qué?»
- Habéis avisado a Aiunin?
- Sí señor, pero no la encontramos, ni a ella ni a sus exploradores. Mi compañero cree que nos han abandonado para emboscarnos y...
- Mirad, mirad!


La silueta se acercaba a gran velocidad hacia su posición, y a medida que la su proximidad definía su contorno, este se tornaba en la elegante y regia figura de un Pegaso real, la montura personal de su amigo y señor. Ante el júbilo de los exploradores, Mercadier frunció el ceño, contrariado.  «Algo no anda bien».  

Lejos de la gracia con que se le conocía, la montura volaba a trompicones y, sin poder estabilizarse, acabó estrellándose contra una tienda a pocos metros de ellos. Entre los escombros, retorcida de dolor, se intentaba erguir, pero con la caída se había astillado una pierna y el sufrimiento era insoportable. A su lomo, un joven y moribundo caballero protegía con su vida un pergamino con un sello. Le quedaba un hálito de vida, y una sombra se apoderó de Mercadier cuando, acercándose, pudo discernir la palabras que mascullaba el muchacho, fuera de sí: Nurgle, Nurgle en todos sitios....

Continuará...

(Por Enric M.P.)

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