sábado, 11 de abril de 2015

El sueño de Mercadier

Campaña Elfos Silvanos

“Mercadier, el flanco derecho ha caído; ¡nos están destrozando! No podemos….


Había sido un breve instante, pero suficiente para poder esquivar la embestida.  La siniestra sombra proyectada en el brillo de los aterrados ojos de su lugarteniente ahora yacía sobre él, alimentándose de lo poco que quedaba de su maltrecho cadáver tras la devastadora carga. El bateo de las quebradas alas y el desgarrador grito del dragón posándose sobre su presa habían hecho enloquecer a los caballeros próximos, pero la voluntad de Mercadier era inquebrantable y sabía que sólo una contra carga gloriosa podría contrarrestar el poder de semejante criatura. A lo lejos, Aiunin luchaba sin descanso, rodeada de enemigos y acechada por una funesta presencia a lomos de su pútrido corcel. Era ahora o nunca, y espoleando su caballo mientras alentaba a sus caballeros al ataque concentró toda su energía en acabar con su enemigo con un solo golpe, pese a que el mínimo error significase una muerte lenta y agónica...

Sobresaltado y con el sudor frío, Mercadier se reincorporó en su lecho, conteniendo la respiración. Aún faltaban largas horas hasta el amanecer, pero no encontraría descanso. Nunca lo encontraría en el campamento donde yacía, a una jornada de la ciudad de Mousillon, donde estaba preso su señor. La batalla para romper el asedio no había logrado su objetivo inicial, y el grueso del ejército había sido forzado a retroceder. De no haber sido por Aiunin y la gloriosa resistencia de sus dríades, los bretonianos no habrían salido con vida de la batalla contra las huestes de Cynath Elthrai, pero ahora sus aliados habían desaparecido, dejándolos a su suerte. Necesitaba descansar para tomar una decisión, pero a medida que empezaba a conciliar el sueño, la sombra de una inquietud se empezaba a apoderar de él...

“Rezumamos de ganas de daros la bienvenido al jardín de nuestro Padre..."

Había sido solo un sueño cuyo eco se desvanecía por momentos, pero pese a llevar casi dos días sin dormir las palabras aun latigueaban en su mente, ensombreciendo su juicio. La fascinación que le provocaban era paralela a una aflicción que había empezado a diezmar su otrora inquebrantable espíritu con visiones que no comprendía. Sus delirios le proyectaban al este, lejos de sus dominios, en un cruce de caminos al linde de lo que parecía el bosque de Loren, sólo que esta vez una sombra espesa avanzaba marchitando todo a su paso y consumiendo en la nada todo ápice de luz. Era una señal inequívoca del principio del fin, pese a que se resistía a aceptarlo. Después de asentar y fortificar las fronteras sur i este del reino, Mercadier había concentrado todos los esfuerzos en el sitio a Moussillon, donde Astaldion, su señor, aun resistía, pero no lo haría por mucho más tiempo. No sin más hombres o provisiones. Los intentos de romper el sitio habían fracasado ante la ingente cantidad de muertos que defendían la entrada a la ciudad maldita, y las bajas, la peste y el desánimo sólo hacían aumentar aún más sus filas. Ni con la ayuda de los elfos silvanos habían podido romper el asedio por tierra. Necesitaban un cambio de estrategia, y rápido, por ello había convocado a sus lugartenientes a un consejo para pedirles mucho más de lo que podían ofrecer.


"Sé lo que tengo que hacer, pero no puedo pedir que me sigan...”

- Mis señores. Os he convocado aquí por una sencilla razón, para aniquilar de un sólo golpe la amenaza que retiene a nuestro señor y ensombrece la gloria de la Dama…

- Mi señor Mercadier, no es posible – una voz titubeante se alzó, interrumpiendo el discurso- . Son legión, y los silvanos nos han abandonado, desapareciendo en su bosque. Cada vez que perdemos hombres los muertos aumentan filas, y cada enfermo de peste es…

-Tenemos que quemar los muertos y alejar a los enfermos del asedio –interrumpió uno de los capitanes- ¡No podemos ceder más! Es un desgaste que no nos podemos permitir. No podemos aguantar más contra una fuerza de esta magnitud. Además –hizo una pausa-, ¿cómo podemos estar seguros que nuestro Señor y su séquito aún resisten y no han...?

- ...perecido? Porque a un corazón puro la Dama nunca lo abandona –la voz de Mercadier resonó por todo el campamento-;  ¿Acaso has olvidado nuestro código? Si no vencemos nuestros propios demonios nunca podremos doblegar a nuestros enemigos. Astaldion y su séquito están vivos, pero no podrán aguantar mucho tiempo; no sin víveres ni refuerzos. Si como ejército no podemos penetrar sus defensas tendremos que escabullirnos en la ciudad para dar caza a los nigromantes cuya magia permite que sus fuerzas se mantengan en pie. Un pequeño contingente puede escabullirse dentro de Mousillon a través del río, y aprovechar la distracción causada por un ataque general des de tierra para identificar y eliminar la amenaza. Yo mismo lideraré la misión, pero no os engañéis; es una misión de sólo ida, pero os aseguro que nuestras hazañas serán cantadas por las generaciones venideras para nuestra gloria y la de la Dama. He enviado a mi sobrino junto a un pequeño pero sólido contingente de caballeros a internarse en el bosque de Loren para pedir ayuda a Aiunin. Aguantaremos hasta dar con ellos para iniciar el asalto final. No cabe la derrota; el destino del reino pende de un hilo.
Bretonianos... ¿quién quiere pasar a la historia?

- ¡Por Astaldion!
- ¡Por la Dama!!
- ¡Bretonnia!!!

Por un momento, la desolación había dejado paso a un júbilo que Mercadier no veía des del inicio de la campaña, infundiendo un valor inaudito en los corazones de los caballeros del consejo. Más allá de la posibilidad de la redención, les había ofrecido esperanza en el mañana, ocultando toda aflicción, pero sólo había ganado tiempo.


"Ahora, sobrino, no me falles..."


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